El principal problema con el que tropezaron los inventores de la bombilla eléctrica, Edison y Swan, fue cómo impedir que los filamentos se fundieran por el calor. En 1883 se intentó con filamentos elaborados con una solución de celulosa, y en 1905 se probó con carbón metalizado capaz de resistir altas temperaturas y proporcionar una luminosidad aceptable: cuatro lumen por vatio. Pero el rendimiento era pobre y la duración de la bombilla muy escasa.
La solución definitiva se encontró en los filamentos metálicos: primero el osmio y luego el tantalio. En 1909 la bombilla quedó casi configurada con el filamento de wolframio