La de la sacarina es una historia del azar. En 1879 el investigador Constantin Fahlberg estudiaba, en el laboratorio de la Universidad Johns Hopkins, las aplicaciones del alquitrán de hulla. Una noche, al volver del trabajo, notó como su mano tenía un particular sabor dulce que atribuyó al compuesto sulfobenzoico con el que había estado trabajando esa misma tarde. A partir de ahí, redirigió sus estudios a esta nueva sustancia y sus particularidades.