En el siglo XVIII, tuvo lugar un amplio resurgimiento del arte tipográfico y una mayor preocupación por la calidad del libro. Las ilustraciones, que se hacían en la técnica del grabado en metal y del grabado al aguafuerte, predominaban claramente sobre el texto. En general, las ediciones de este periodo alcanzaron unos niveles de perfección pocas veces igualados en tiempos posteriores.