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May 1, 2025
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1 ene 1275 año - La doctrina de la transustanciación, Sto. Tomás de Aquino (+1274)

Descripción:

a. La doctrina de la transustanciación
A partir de este dato de fe, el Aquinate desarrolla su doctrina de la
transustanciación, dirigida esencialmente a mostrar la razón de ser y la naturaleza
de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, evitado caer tanto en el materialismo
burdo del cafarnaitismo, como en una comprensión puramente intelectualística del
signo, como sucede con Berengario.

En primer lugar santo Tomás se plantea el problema de cómo Cristo comienza
a estar en la Eucaristía, y, después de haber excluido la aducción o traslación local
de su cuerpo, concluye que el Señor comienza a estar en el Santísimo Sacramento
por la conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia de su cuerpo y
de su sangre.

Después pasa a analizar la conversión eucarística119, encontrando las siguientes
‘peculiaridades’:
– El término a quo (la sustancia del pan y del vino), después de la conversión
no permanece más. En efecto, nuestros sentidos siguen percibiendo las mismas
especies o accidentes, pero la verdad de este sacramento, manifestada por las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo», excluye la presencia de la sustancia del pan y nos asegura la presencia de la sustancia del cuerpo de Cristo.

En relación a cuanto se acaba de afirmar, santo Tomás subraya que la transustanciación es un cambio admirable y singular, sin parangón en el orden de la naturaleza, en primer lugar porque todas las conversiones que se verifican en el mundo natural comportan cambios en los accidentes de las cosas (en su cantidad
y en sus cualidades); en segundo lugar porque en tales cambios no se llega jamás a una conversión de toda la sustancia, ya que la materia prima del término a quo permanece siempre como base fija sobre la cual se suceden las diversas formas sustanciales, que emergen de la potencialidad de la materia bajo la acción de los agentes naturales. Por tanto, las así llamadas mutaciones sustanciales en el mundo natural en realidad no son conversiones de toda la sustancia, sino sucesiones de diversas formas sustanciales, que informan al mismo sujeto, la materia prima.

En la conversión eucarística, en cambio, no se verifican cambios experimentales en
los accidentes del pan y del vino, y, no obstante, en virtud de la potencia divina,
cambia toda la sustancia, tanto la materia prima como la forma sustancial del pan
y del vino.

El término ad quem, es decir, la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo
(del mismo Cristo que nació de María Virgen, sufrió en la cruz y ahora está glorioso
a la diestra del Padre), comienza a estar en el sacramento sin la menor alteración.

b. Transustanciación y permanencia de los accidentes del pan y del vino
Para santo Tomás de Aquino la permanencia de las especies después de la transustanciación del pan y del vino, sin que experimenten cambio alguno, es una realidad evidente, claramente testimoniada por nuestros sentidos, que siguen percibiendo los mismos fenómenos sensibles que percibían antes de la consagración: las mismas dimensiones de las ofrendas, el mismo color y sabor, etc.

Pero si después de la transustanciación eucarística ya no existen las sustancias del pan y del vino, ¿cómo explicar la subsistencia de estos accidentes o especies eucarísticas cuando su propia sustancia ha dejado de existir? Según el Aquinate está claro que los accidentes eucarísticos no son mantenidos en el ser por la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, porque es evidente que ningún cuerpo humano –tanto menos el cuerpo impasible y glorioso del Señor– puede adquirir las propiedades del pan y del vino o ser modificado por ellas (el cuerpo humano no es capaz de sostener estos accidentes, ni puede revestirse de la figura, del color o de otras cualidades propias
de estos alimentos).

El hecho de que los accidentes, o especies sacramentales, permanezcan con el
mismo ‘ser’ que tenían antes de la transustanciación del pan y del vino, comporta
que conserven las mismas propiedades estáticas y dinámicas y, por tanto, la misma xperimentabilidad, la misma virtud nutritiva, la misma pasibilidad: pueden corromperse por alteraciones de las cualidades o por división y fragmentación de la cantidad. En este caso todos los cambios afectan solo a los ‘accidentes’ de las especies eucarísticas (la sustancia del cuerpo de Cristo permanece siempre inmutable).
Mientras sean reconocibles, las especies consagradas continuarán garantizando la
presencia sacramental-sustancial del cuerpo del Señor. Y cuando su alteración sea
tal que no conserven las apariencias del pan y del vino, cesará la presencia eucarística del Señor.


En definitiva, al término de la conversión eucarística la humanidad de Cristo
está presente sustancialmente en la Eucaristía, y, bajo los velos de los accidentes
del pan y del vino, se nos propone como objeto de fe, de modo semejante a como,
al contemplar los misterios de la Encarnación y de la Pasión redentora de Cristo,
creemos en su divinidad escondida bajo el velo de la humanidad. Y es Cristo, su
palabra omnipotente, el fundamento de la relación de su cuerpo con las especies
eucarísticas; es Él quien crea y garantiza una unión misteriosa, sacramental, entre
su persona y los dones eucarísticos. Estos dones son signos de una realidad que no
está lejana, sino próxima, ‘manifestada y contenida’ en ellos: el cuerpo y la sangre
de Cristo.

c. El modo de presencia de Cristo en la Eucaristía.
o. Concretamente, el Aquinate parte de la consideración de la eficacia del sacramento de la Eucaristía, capaz de hacer presente la realidad por él significada. En virtud del signo sacramental llevado a cabo en la consagración del pan (vi signi, vi verbi, vi sacramenti,
vi conversionis), la sustancia del pan se transustancia en la sustancia del cuerpo de
Cristo. Es ésta (y solo ésta) la realidad que se hace directamente presente con la
transustanciación del pan. Pero, puesto que la transustanciación no comporta cambio alguno en Cristo, en el mismo momento en el que se hace presente la sustancia de su cuerpo se hacen presentes todas las realidades unidas inseparablemente con ella; es decir, en virtud de la natural concomitancia y conexión entre todos los elementos que constituyen la naturaleza humana de Cristo (vi concomitantiae), allí donde se hace presente sacramentalmente la sustancia de su cuerpo y de su sangre, se hace presente también la totalidad de su organismo humano, lleno de vida (con su alma), con la armonía de un cuerpo verdaderamente humano y perfecto, y con
las propiedades específicas del estado glorioso en el que el Señor se encuentra tras la
resurrección.
Además, en virtud de la unión hipostática, allí donde se encuentra la humanidad de Cristo, se debe reconocer también la presencia del Verbo de Dios, que después de la Encarnación no abandonó, ni abandonará jamás, la naturaleza
humana asumida. Para explicar la copresencia de «todo Cristo» bajo las especies
del vino, santo Tomás recurre a argumentos semejantes.

Santo Tomás confiesa igualmente la presencia íntegra de Cristo en cada parte
de la Hostia fraccionada para la distribución de la Eucaristía a los fieles; así como
la realidad de la comunión con «todo Cristo» en aquellos que beben una pequeña
porción del Sanguis contenido en el cáliz consagrado.
La consideración del modo de presencia sustancial del cuerpo de Cristo bajo
las especies eucarísticas, sirve también a santo Tomás para explicar la invisibilidad
e intangibilidad de la humanidad de Jesús. En efecto, según el Aquinate, en razón
de la transustanciación, bajo las especies del pan y del vino comienza a estar la sustancia humana total de Cristo, y, junto con ella, e inseparablemente de ella, todo
cuanto pertenece a su corporeidad, por tanto, también la dimensión de su cuerpo,
glorificado sí, pero siempre cuerpo humano perfecto.
Estas últimas realidades siguen el modo de presencia propio del sacramento de la Eucaristía (todo cuantpertenece a Cristo está en la Eucaristía en virtud de la conversión sustancial y tiene una presencia per modum substantiae), y no entran en relación directa con el mundo externo, sino solo mediante las especies del pan y del vino. Por esto nuestros
sentidos no están en condiciones de percibir directamente en la Eucaristía el cuerpo
del Señor, que para nosotros sigue siendo invisible e intangible.
d. El sacrificio eucarístico
Santo Tomás de Aquino, hijo también de su tiempo, expuso la doctrina
eucarística de modo parecido a como habían hecho sus predecesores; y, como éstos, aún marcados por la controversia berengariana, dio particular relevancia –lo
acabamos de ver– a la solución de los problemas relacionados con la doctrina de
la transustanciación, y a la explicación del modo en el que Cristo se halla presente
en el sacramento eucarístico.
En efecto, santo Tomás afirma que la Eucaristía se llama y es
sacrificio por tres motivos: a) porque en ella se representa (se significa sacramentalmente) la pasión del Señor; b) porque en ella se ofrece una Hostia, que es Cristo
(realmente contenido en la Eucaristía); c) porque gracias a ella los hombres pueden
participar de los frutos del sacrificio redentor de Cristo.
Para santo Tomás, por tanto, la Eucaristía es sacrificio por lo que en ella se
contiene objetivamente, y por lo que se ofrece por el mismo Cristo y por la Iglesia
en unión con Él. En efecto, está presente la misma víctima de la cruz: «Como dice
san Ambrosio [san Juan Crisóstomo], “única es la hostia”, ofrecida por Cristo y
por nosotros, “y no muchas, pues Cristo se inmoló una sola vez. El sacrificio actual
es imagen de aquél. Y como es un solo cuerpo el que se ofrece en todas partes, así
es único el sacrificio”». Y esta víctima es ofrecida por Cristo mismo a través del
ministro de la Iglesia, que actúa in persona Christi, de manera que, en la cruz y en
la Misa, hay una identidad esencial entre la víctima y el sacerdote: «El sacerdote es
imagen de Cristo, en persona y en virtud del cual, como ya hemos dicho, pronuncia las palabras de la consagración. Así que, en cierto modo, hay identidad entre el
sacerdote y la víctima».

Finalmente, santo Tomás sostiene que la Misa es sacrificio también por otro
motivo: porque hace partícipes a los hombres de los efectos salvíficos de la inmolación cruenta de la cruz.

En conclusión, para santo Tomás la Eucaristía puede llamarse sacrificio en
razón: a) del contenido (el Christus passus está realmente bajo las especies del pan y
del vino); b) de la ofrenda de la Hostia; c) de los efectos, los mismos de la cruz, que
se aplican a los hombres a lo largo de la historia.

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fecha:

1 ene 1275 año
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