1 ene 1088 año - Berengario de Tours, se inicia un periodo decisivo en el desarrollo de la doctrina eucarística.
Descripción:
En la reflexión teológica del siglo XI se enfrentan dos métodos de investigación de la verdad: el primero está representado por el mismo Berengario; el segundo por Lanfranco de Bec (†1089).
Para Berengario la razón dialéctica es norma y guía suprema para la percepción de la verdad en todo el campo del saber.
Tal principio le llevó a adaptar la interpretación de la Escritura y los textos de los Padres a su modo de pensar, abriendo un abismo profundo entre razón y fe.
Para Berengario la Eucaristía es, ante todo, un sacramento, y este último es, según las enseñanzas de san Agustín, «un signo sagrado», «una figura visible de la gracia invisible».
La Eucaristía, por tanto, es un signo; no puede
identificarse con el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, como sostuvo Pascasio
Radberto.
En el pensamiento de Berengario sacramentum y res son dos realidades diversas y separadas: la primera es perceptible por los sentidos; la segunda, indicada por el signo, es invisible, pero puede ser conocida por los ojos del corazón creyente, y es de dominio del espíritu.
Además, negó la presencia sustancial de Cristo en la Eucaristía, recusando la explicación de la conversión de la sustancia de las ofrendas en la sustancia del cuerpo de Cristo, ya esbozada por Pascasio Radberto.
Sostiene que el cuerpo de Cristo glorioso, localizado a la derecha del Padre, no puede estar simultáneamente en tantos lugares cuantas son las Hostias consagradas sin que quede comprometida su unidad; y si se debe negar la multilocación de Cristo en la Eucaristía, está claro que este sacramento no puede ser otra cosa que figura de su cuerpo.
En definitiva, para Berengario la presencia del cuerpo de Cristo en la Eucaristía
no es verdadera y sustancial; se trata, en cambio, de una presencia in figura, in similitudine, intellectualiter, spiritualiter, in virtute.
Por lo que respecta a la doctrina del sacrificio eucarístico, la Eucaristía se celebra en la Iglesia en memoria de la crucifixión de esta carne y de la efusión de esta sangre, para recordarnos y hacernos siempre conmemorar la pasión del Salvador e invitarnos a crucificar continuamente nuestra carne y sus concupiscencias».
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1 ene 1088 año
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